La compleja red del Estado Islámico en Filipinas: lecciones tras el atentado de Sidney
El reciente atentado en Bondi Beach, Sidney, que dejó 16 fallecidos, ha puesto de manifiesto la sofisticada red de entrenamiento terrorista que opera en el sur de Filipinas. Los perpetradores, Sajid y Naveed Akram, habrían recibido formación militar en la región de Mindanao, epicentro histórico de la insurgencia yihadista en el archipiélago asiático.
El contexto geopolítico de la amenaza
La investigación preliminar revela que los Akram viajaron a Davao en noviembre pasado, ciudad estratégica de Mindanao donde convergen múltiples células afiliadas al Estado Islámico. Esta región, tradicionalmente musulmana, ha sido el escenario de décadas de conflicto entre el gobierno central filipino y diversos grupos separatistas.
El análisis de los servicios de inteligencia australianos confirma que Naveed Akram, de nacionalidad australiana, había sido monitoreado desde 2019 por sus vínculos con células del EI en Sidney. Su radicalización habría sido influenciada por el predicador yihadista Wisam Haddad, figura controvertida del panorama religioso australiano.
La evolución estratégica del terrorismo en Filipinas
El Estado Islámico no mantiene una presencia unificada en Filipinas, sino que opera a través de una red descentralizada de organizaciones locales que han jurado lealtad a la organización. Esta estrategia, conocida como Dawlah Islamiyah, permite una mayor flexibilidad operativa y dificulta las acciones de contrainsurgencia.
Los antecedentes históricos son fundamentales para comprender la situación actual. La Masacre de Jabidah en 1968 marcó el inicio de la insurgencia musulmana moderna, cuando el Ejército filipino ejecutó a soldados musulmanes en circunstancias opacas. Este evento catalizó la formación del Frente Moro de Liberación Nacional (FMLN) y posteriormente del Frente Moro de Liberación Islámica (FMLI).
Implicaciones para la seguridad regional
La batalla de Marawi en 2017 representó el punto de inflexión en la estrategia del EI en Filipinas. Durante cinco meses, una coalición de grupos terroristas intentó establecer un califato local, resultando en aproximadamente mil fallecidos y miles de desplazados. La derrota militar significó un revés estratégico para los yihadistas, pero no eliminó su capacidad operativa.
El caso Akram demuestra que, pese a los reveses militares, las redes terroristas mantienen su capacidad de entrenamiento y proyección internacional. La facilidad con que individuos radicalizados pueden acceder a formación militar en territorios remotos plantea serios desafíos para los servicios de inteligencia occidentales.
Desafíos para las democracias liberales
Este incidente subraya la necesidad de fortalecer los mecanismos de cooperación internacional en materia antiterrorista, particularmente en el intercambio de inteligencia entre países de la región Asia-Pacífico. La globalización del terrorismo requiere respuestas coordinadas que respeten el estado de derecho y las libertades individuales.
Las autoridades australianas enfrentan el complejo equilibrio entre la seguridad nacional y la preservación de las libertades civiles, especialmente en el monitoreo de individuos sospechosos sin evidencia concluyente de actividad criminal. El caso Naveed Akram, investigado desde 2019 pero considerado no amenazante, ilustra estas dificultades operativas.
La experiencia filipina ofrece lecciones valiosas sobre la importancia de abordar las causas estructurales del extremismo, incluyendo la marginalización económica y social de las minorías religiosas. Las políticas de integración y desarrollo regional han demostrado ser más efectivas que las respuestas puramente militares.